Leemos en Blog de Contenidos:
Cuando Alejandro Dolina llegó a radio Del Plata, en enero de este año, venía de una breve estadía en radio Nacional. Había sido una salida elegante (sin peleas, sin escándalo) pero repetía que las autoridades de la radio pública no habían mostrado demasiado interés en retenerlo. Por otro lado, aunque contaba con un auditorio propio para recibir público durante las emisiones de La Venganza, los oyentes - explicaba Dolina - no se acercaban a los estudios de la radio, ubicados en el microcentro porteño, a las doce de la noche.
Ahora, en Del Plata, se mostró preocupado por el escaso público que asiste al Multiteatro (donde la entrada es libre y gratuita) y de las magras mediaciones que consiguió la AM 1030 este año: "No viene nadie a vernos. Tampoco nos escucha nadie, esa es la verdad. Tenemos un rating más o menos, posiblemente el mejor de la radio, pero el mejor rating de la radio es un pésimo rating, el peor que hemos tenido en nuestra historia. No es una radio que se pueda escuchar, como lo sabrá cualquiera que lo haya intentado".
Más allá de las razonables críticas de Alejandro Dolina, podemos (con total criterio) sumar al inexpugnable paso del tiempo como explicación complementaria sobre el devenir de "La Venganza...".
Sabemos que Cronos no suele ser un personaje muy querido, sobre todo por aquellos que reniegan de inevitable avance de las agujas del reloj.
Como los grandes momentos sociales, políticos y económicos (creídos en su tiempo como únicos y eternos) los ciclos radiales o televisivos también viven el desgaste lógico del tiempo.
El problema no es que Radio del Plata se escuche mal; la cuestión es por qué una radio de gran alcance no se interese en "La Venganza...".
Y no es un punto de análisis para decir que el ciclo de Dolina es un fracaso, en absoluto.
Innumerables noche de nuestra adolescencia y madurez disfrutando de sus relatos avalan nuestra respetuosa crítica.
Como le paso a nuevo ídolo deportivo nacional, pegar sin parar con rotundo éxito durante 11 rounds no evita que una piña enemiga nos tire a la lona en el último asalto, más aún si se acusa para entonces el lógico desgaste que implicó el combate.